Hay veces que estoy harto y explota en mi cerebro
un ¡Basta! que rechaza el hoy que me encadenada con su repetida monotonía, pues
solo apila un día sobre otro, sin destino y sin el brillo del anhelo. Me enojo
y desespero al buscar la salida que una vez estuvo allí. Abro la mente a la imaginación
en busca del camino y, con hambre de emociones, me someto a los recuerdos.
Parte el
buque desde el muelle de la terraza, dice adiós con su sirena y navega entre
las nubes en pos del sol. Se balancea contento al son de la banda que lo
despide y se interna cada vez más pequeño, cada vez más lejos en la fantasía.
Cruza eones de tiempo y océanos de distancia,
girando su timón entre mis edades y mis lugares. Surca veredas, jardines y
gardenias; surca plazas, parques y ríos, mas no el Estigia al que ni siquiera
conocía.
Ricardo, el “negro” Wolf, y la pelota de futbol. El
polvo de la cancha y el arco titánico por su tamaño. La bicicleta celeste que,
con pantalones cortos, pedaleo frenético para llegar a tiempo al primer año de
la secundaria que empezaba con el día gris para deslumbrar luego, con el
entusiasmo del porvenir.
Aventuras, descubrimientos y tropelías, “hacerse
hombre” y no terminar de tener miedo ¡Las vacaciones! ¡El cine! Y el primer
beso colmado de dientes. Las hormonas, el automóvil para presumir, y un mercado
subterráneo y vergonzante de revistas escabrosas de un “porno” tan ligero que
hoy no merecería ni una segunda mirada adolescente.
Retener mejor las fechas de los cumpleaños de las
quinceañeras que la tabla periódica de los elementos y aun así: nada. Cualquier
candidata era sopesada y cernida por mamá; ninguna resistía su escrutinio y me
destinaba a una soltería que, por fortuna o caridad, salvaron los amigos. En
cuanto pude hui de tan cariñoso nepotismo y fijé en otra ciudad el norte y el
cenit de mis estudios.
Tan ensimismado estaba que no advertí la flecha de
aquella amazona que me había malherido el corazón. Debilitado, caí en su regazo
de alelíes, en la caricia de su voz y en lo inmenso de su alma. Son sus manos
las que, loco, me sosiegan, son sus ojos los que, en pánico, me arrullan y es
su risa la que, cuando triste, me hace renacer con alegría.
La invito a subir a bordo de mi vapor de lujo. Nos
siguen las gaviotas mientras bebemos a la vera de la piscina donde, inquieta
oscila el agua. Nos dirigimos a la sorpresa y al olvido mientras nos despiden
las ballenas con su soplo de humedad y sus colas se sumergen. Imagino formales
cenas de esmoquin y bailes elegantes. Giran la luna y las estrellas entre las
ventanas y flotan reflejadas en el horizonte.
Amanecen los delfines juguetones, y a su paso huyen
en bandada los peces voladores. Mientras, el ojo de buey del camarote mira
nuestra idéntica pasión. Pasa el Trópico, llega el Ecuador, y el bautismo carnavalesco
por ser la primera vez que lo cruzamos.
En el festejo lleno de brisa, parezco más un Baco
borracho con barba de algodón y rayos de lata, que un tronante Júpiter. Aunque
nadie duda de la Venus que me acompaña, renacida de la espuma de las olas. Su
suave cabellera, su bikini y su mirada esmeralda rinde a los hombres y abate a
las mujeres.
Una vez más nos alcanza la vida. Se encapota el
cielo y se encabrita el mar. La tormenta estalla como una enfermedad. Los truenos
quiebran los huesos y la cellisca hiere la vista que se aleja.
La tristeza vela sus ojos y la desesperación quiere
hacerla suya. Sin embargo, si las tribulaciones la rodean, en la voz o en las
letras que formaron mis escritos, encontrará un puerto seguro, donde girando como un Apolo cautivo a su
alrededor, mi carruaje la iluminará siempre con amor.
Carlos Caro
Paraná, 25 de diciembre de 2015
Descargar PDF: http://cort.as/d9Qv
Simplemente genial, toda una vida resumida en un oceánico adjetivo y eso que te aburrías, menos mal!!!Enhorabuena otra vez...
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