Esa mañana unos ojos legañosos, unas
líneas de fiebre y una nariz chorreante me habían liberado de la esclavitud
colegial. El capataz (la tía Florencia) me acarició la frente y con fastidio,
más que cariño, ordenó un inmediato cese de actividades para acelerar la
curación. De modo que naufragué entre las sábanas al pensar que me hundía el resfrío,
me brotaba el sarampión o me picaba la varicela.
En mi delirio ocioso sudé aburrido de
soledad y al mediodía, ansiando el alboroto de la salida, me declaré curado.
Sin embargo, donde manda capitán, no manda marinero.
La comerciante de esclavos me
amordazó a la cama con una bandeja y un plato de sopa tan caliente que pensé que
sus vapores eran medicinales y milagrosos. Al disiparse, mi estómago me
advirtió que ese caldo liviano, donde flotaban algunas gotas grasientas y
vegetales descoloridos, no sería suficiente. Pero… — ¡Qué caradura! — bramó la
tía—, allí tiene un buen pedazo de pan que rellenará cualquier hueco que le
sobre a tan haragán enfermo.
Comenzó la siesta y, aburrido de
recorrer la casa como un caracol la
suya, apoyé vencido la frente contra el vidrio frío de la ventana que se empañó
con mis suspiros. Así la vi por primera vez. En realidad me admiró su cabellera
pelirroja que se dirigía al turno tarde del secundario. Sin luces ni talentos y
nueva en la ciudad, Tipi Lipi, flacucha y pálida, destacaba por su pelo como
las brasas entre el carbón. Debí pensar con más seriedad en el símil de las ascuas, pero desde ese día, a la
una y a las cinco de la tarde, un imán me atraía a la ventana desde la que,
escondido tras mi aliento congelado, observaba sus zapatos abotinados que se
apuraban en el ir y venir. Trastabilló,
abrí con preocupación y con una sonrisa explicó que igual me veía, velado tras
el vidrio. Preguntó si quería ser su
amigo en esta ciudad que desconocía. Tartamudeé un sí que lo cambió todo. Fuera con frío, con sol o lluvia; abrigado o con
paraguas, la esperaba con la ventana abierta y le arrojaba chistes, besos y piropos.
En apenas dos años, un día me fijé que no llevaba medias. Extrañado miré sus
piernas desnudas, desde los zapatos de tacón hasta la corta falda colorida. Eran
piernas de mujer que, elegantes, mecían su figura.
A veces, la visitaba en la casa de su
tía, quien la alojaba, para ayudarla con la tarea y, poco a poco, mi mundo tomó
el rojo de su pelo que incendió mi futuro. Tipi Lipi florecía: las cremas
suavizan y el colorete sonrosa, el delineador agiganta y el rímel aletea,
mientras el lápiz de labios sus besos repartió.
Dejó las clases antes del segundo
trimestre y, para disimular ese tiempo, se hizo mesera en el bar de don
Alberto. A éste no le alcanzó la cara para tanta sonrisa, cuando vio que la
caja abría y cerraba al son del baile de las caderas de Tipi Lipi que
balanceaban la bandeja entre la algarabía de los clientes.
No sé con qué complicidad le mostró a
la tía la debida cartilla de notas escolares que probaban su matrícula, por lo
que la señora dio por cumplido el encargo y la despidió en la estación de
regreso a su terruño. Entonces comenzó mi calvario. Tipi Lipi se llamó Lily, uso
sus ahorros, salió por la otra puerta de la estación e hizo brazas cuanto
carbón tocó.
Cada parranda era una espina, cada
champán, cicuta, y cada galán que le engarfiaba la cintura dejando distraído
caer la mano, un enemigo. Lily se sumergió en las mentiras de los amaneceres
solitarios. En la mortecina luz de habitaciones de hoteles diferentes, con el
hueco frío al otro lado de la cama y la humillación del dinero en la mesita de
luz, quizás extrañó mi ventanal.
Por las mañanas, al desayunar, mientras
ajetrea en delantal, les grito a mis adormilados hijos: — ¡El que llega último
al automóvil, esta noche no come flan!
La tribu despierta, me arrastra el barullo
de los pelirrojos cuyos cabellos tienen el mismo tono que el de Tipi Lipi y rompiendo los tímpanos se pelean hasta llegar
al colegio.
Supongo que ni siquiera la fiera esclavista
podrá sustraerse al cariño de tanto fuego.
Carlos Caro
Paraná, 31 de diciembre de 2015
Descargar PDF: http://cort.as/atuB
Me emociona la ternura que le has puesto a este precioso relato, Carlos. Cómo cuidas los detalles que aderezan la historia y cómo consigues pellizcarme el corazón y casi arrancarme una lágrima. Un beso muy grande
ResponderEliminarQué relato maravilloso, Carlos.
ResponderEliminar