A mis tórridos
veranos, este año, se ha unido el influjo extranjero de la corriente del Niño que,
a través del Pacifico, ha llenado todo resquicio de temperatura y lluvias, además
ha petrificado a los higrómetros en el ciento por ciento de humedad. Es como la
última gota que derrama el vaso.
Mientras floto en
vapores etílicos miro la tormenta en el televisor del Café. Hoy, silencioso por
la falta de partidos de fútbol, muestra los desastres que causa ese frente frío
desde el sur. El famoso viento autóctono “Pampero”, cansado de su rincón se
despereza, y nacido en las estepas polares del Antártico, hiere y barre ese
extraño clima tropical que nos invade. La lucha es epopéyica y el frente de
combate bulle y rebulle de enojadas nubes encintas de agua y rayos. Veo
acercarse inundaciones, tornados y cortes de energía, en una hipnosis
alienígena.
Un soplo limpia la calle
de polvo y papeles, agita las copas de los árboles y desparrama las aves. Es
tarde, ya anochece, y un vago temor me
dirige a casa. Camino apresurado, cuando el mundo cambia de repente. En remera
y bermudas, tirito helado en la sorpresiva obscuridad que me rodea. Se han apagado
las luminarias y en un remolino de temor, vodka y tiempo, me encuentro en la
negrura. Aquélla que reinaba antes de Tesla, antes de Édison y la electricidad.
Sólo me encandilan lo faros de invisibles automóviles y un lejano semáforo que,
negativo, porfía en el rojo.
Un místico pavor me
acicatea cuando también desaparecen la luna y las estrellas tras ese manto
adivinado de furia celestial. Algo me acecha con sigilo; si paro, para. Si
sigo, sigue. Enloquezco, corro tropezando con las paredes y se me erizan los
cabellos de la nunca que lo presienten.
Llego a casa por
instinto, abro el portón en un frenesí de llaves y, cuando intento cerrarlo, un
aliento macabro lo retiene un instante. Algo sin nombre se escabulle entre mis
pies, algo con hedor a putrefacción y a sarna, algo más oscuro que la noche y
que me vigila, camuflado, desde los rincones.
Enciendo una vela y me
dirijo al refugio del dormitorio defendido por su puerta mas es inútil, en los
lindes del candil unos ojos sin blanco
me observan hambrientos de mi alma. Abro las cortinas y tras el ventanal,
encuentro ese universo primigenio donde, sin luz, nada existe: ni el hombre ni
la ciudad ni el río. Solo los antiguos dioses que preparan su furia detrás de
las turbulentas nubes.
No me atrevo a moverme
durante lo que parecen horas. La vela se apaga y el miedo se agranda. En un
descuido, mi mano encuentra aguzados dientes que, con sorpresa, no muerden y mi
rostro un tacto húmedo y frío que lo estudia curioso. Sin saber cómo o por qué,
el demonio se hace duende aunque percibo otra vez ese malsano olor a
podredumbre.
La tormenta nos acercó, nos unía el espanto
frente a los rayos que como flashes nos retrataban con un trallazo que nos
hacía respingar. Nos desnudan, ínfimos, ante ese poder y aunque no hubo
palabras (no las podía haber) me uní a ese jadeo nervioso de miedo. Sentí que
un cuerpo informe y tibio se cobijaba temblando tras de mí. Como si yo poseyera
alguna magia o escudo que nos protegiera.
Entendí entonces que
tal ser no albergaba malicia y, cuando dejó escapar un lastimero quejido me
atreví a calmarlo entre mis brazos. Noté su renovada calma y su tonta confianza
me anunció su simpatía. Así me venció el cansancio y me dormí.
El alba lluviosa me despierta, solo y atontado
en un gris omnipresente. Además, la resaca me hace creer que todo fue un sueño.
No obstante, al dirigirme a desayunar, oigo arañar el portón de calle. El
duende sigue aquí, tan negro y maloliente como ayer y cuando le abro, se
despide feliz.
Ladra, agita la cola y
corre hacia la libertad. En su andar no advierte mi nostalgia por ese compañero
de tormentas que se lleva, ladrón, mi gratitud, mi cariño y mi amistad.
Carlos Caro
Paraná, 4 de noviembre
de 2015
Descargar PDF: http://cort.as/Zr1L
Estupendo relato querido amigo en tu mano se decanta la palabra y solo con las esenciales, dibujas escenarios de magia y misterio; bien amigo
ResponderEliminar¡Miguel! Toda una alegría que me visites, gracias por tu apoyo. Un abrazo, Carlos.
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