Manos. Muchas, infinitas. Hoy mi mente deambula
entre ellas con una idea loca y los sones melancólicos de un piano. Las
pequeñas, con los hoyuelos del bebé, las
deformes por el reuma del anciano, las blancas y tersas de una niña o las
agrestes y encallecidas del labrador. Tantas hay, tantas son.
Al contrario del rostro, son difíciles
de escrutar. Aquél, con una lágrima nos apena y con una sonrisa, desparrama la
alegría por doquier. Sin embargo, son
las manos las que realizan, hacen o transforman. Sin alharaca y sumisas, lo dan
todo y hasta se sorprenden si son reconocidas.
Vago en un mar de ellas: las de ayer, las de hoy, las de mañana. Eternas. En
un remolino mezclo sus memorias y se transforman en sensaciones que evoco…
La mía, que pequeña aprieta fuerte la
protectora de mamá antes de cruzar la calle. Esa que con inquina es puño
cerrado que me lastima entre burlas a la salida de la escuela. Otra y la misma,
que es un anhelado peso sobre el corazón cuando me arropa y me acaricia con un “hasta
mañana” al apagar la luz. La de voz grave, que desarregla el pelo de la cabeza
y da consejos o que, con sonora palmada reparte escarmiento y con autoridad
enseña.
Las propias crecen hacia un entusiasta
futuro, muestran las primeras líneas que las surcan, escriben, desarman; buscan
curiosas y se entrometen. Pasan hojas para estudiar, aprietan talles y queman
lujuria, pero se resignan a la suave caricia. Las roza el trabajo, las líneas
se afirman y, con sorpresa, un día se aferran a las tuyas.
Miman la brillosa madera del piano mientras se
conmueven con el consabido “Claro de luna”. Se aquietan, mas quedan presas de
la melodía y su nostalgia. Ya no habrá otras distintas pues sucumben felices en
tus palmas y nuestros anulares se encadenan. Recorro tu piel en la oscuridad,
acallo tus labios que gimen y me entrego, ya sin raciocinio, a la desesperanza
de un amor sin par.
Son las mías las que guían tu pezón a
esa nueva boca ávida, las tuyas las que lo acunan para soñar, y las nuestras las
que lo empujan al porvenir.
Destino aciago el de las manijas
broncíneas que me hieren. Me hieren con el peso amargo e insoportable de los
ataúdes que cargo hasta el Panteón. Luto desesperado, locura que te olvida y al
fin, cicatrices que esconden. Obligación, deberes y responsabilidad. Notas
comerciales, dinero y balances. Mis manos firman, firman y firman nuestro
alejamiento y mi desquicio. Ruina, ruina y desolación precisé para volver a
ser.
Otra vez el torbellino y otras manos
que se unen con las nuestras, con las de mis padres, con las de los tuyos y con
las de los hijos. Todas me acarician, reales o imaginarias, cada día con amor.
Ha pasado ya una vida entera y aunque marchitas siguen firmemente aferradas. Por eso recordando, a veces, tan sólo a veces, encendemos
velas, tomamos vino y tus dedos bailan sobre las teclas al tocar aquellos maravillosos
Nocturnos de Chopin.
Carlos Caro
Paraná, 14 de setiembre de 2015
Descargar PDF: http://cort.as/YP6y
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