Una vez más miro el reloj; llevás casi media hora
de retraso. Preocupado, mi padrino bailotea alrededor, me palmea, me abraza y
trata de contagiarme su falsa sonrisa. Mis padres y amigos esperan en un
corrillo silencioso que se mira los pies.
Ya hemos perdido el turno… Resignado, estoy por renunciar,
cuando me ofende una estruendosa bocina que insulta con su insistencia. Sin
embargo, mi cejo se distiende en grandes ojos de sorpresa al ver la mano de Emilia
que agita, a través de la ventanilla, el pañuelo de seda azul y crema. Ese que
ha sido nuestro estandarte desde que nos conocimos.
Todo se acelera: el padrino que corre hacia el
Registro Civil, el corrillo que, ahora alegre, aplaude, y mi mano que lucha por
abrir la puerta del automóvil. Desde allí me pierdo con la mente confundida por
los nervios, y mis recuerdos son los de tu relato del accidente, así como de los
detalles de la ceremonia. Mi memoria regresa sacudida por el fuerte apretón de
manos del jefe del Registro que, entre los manojos de arroz, me entrega la
libreta matrimonial y te besa para felicitarte. Giramos tomados de la mano, y
parecemos querer desafiar al mundo.
—
— ¡Dale Manuel!, correlo por la derecha. Sacásela
¡No! Pegale a la pelota, tonto— Ese inútil me desespera, no me dan las piernas
para correr más fuerte. Trato de encerrarlo al Beto. No puedo…, no llego. Me
paralizo indignado cuando su pelotazo marca el octavo… ¿o noveno?, gol que nos
hace.
— ¿Viste? — lo reto a Manuel.
— ¿Y qué querés? Si es grande como un caballo, vos
tampoco pudiste— me desafía. Mis manos se cierran en puños de enojo. Es más
fácil desquitarme con mi hermano, el Beto es muy grande y me puede.
Pero
entonces noto la ausencia y toda la furia desaparece. Me falta el abuelo y su
alegría: me faltan sus aplausos, sus vítores y sus carcajadas.
— ¿Che Manuel, no sabés nada del abuelo?
—No. Papá me
dijo que desde que la abuela murió, está un poco ido, despistado.
—Acá ya perdimos. Vamos a preguntarle a mamá si lo
podemos visitar.
—
Pero… ¿Qué se habrán creído? Son muy buenos, muy
amables y también unos manipuladores de primera. Se meten en nuestra pareja
como Pancho por su casa. Ya me tienen cansada. A Juan lo tienen convencido, no
se da cuenta, todo le parece bien.
Claro, lo han adiestrado desde que nació. No es que
las ideas sean todas malas, lo que me molesta es que, si la digo yo: nada, parece
que oyeran llover. Sin embargo, a la semana siguiente aparece Juan, lleno de
entusiasmo, pues entonces se la han sugerido sus padres.
Ahora se les ha metido entre ceja y ceja tener
nietos. Como si fueran ellos los que tuvieran que parir. Habráse visto. Es
cierto que me puse de acuerdo con Juan, en esperar al menos dos años. Queríamos
ese tiempo para consolidar la pareja y, si bien ya pasaron y todo funciona, la
decisión es nuestra. Esta noche hablaré con él...
—
Llamada nocturna. Es el corazón. Apuro, miedo,
ambulancia y angustia. Llevo horas de espera frente a terapia intensiva. El
ataque ocurrió de manera aguda, pero en realidad no me sorprende, aunque
parecía derrochar energía jugando con los chicos, la insuficiencia cardíaca lo
acecha y varias veces lo vi tembloroso y pálido.
Fue un verdadero Vulcano gran parte de su vida y la
mía, forjó el mundo a su alrededor con el calor del trabajo y su implacable voluntad
como martillo. Florencia lo reñía por cómo se inmiscuía, pero luego de morir
mamá cambió, y hoy creo que hasta lo aprecia. Siente que adora los niños y a través
de ellos trata de acercarse a él.
Dejó el negocio en mis manos y solo me da ese tipo
de consejos que enseñan la experiencia y los años. En cuanto lo lleven a una
habitación podré animarlo.
—Qué susto papá, tranquilo… tuviste dificultad para
respirar por tu problema del corazón. Después viene el médico y te explica.
Vinimos volando en cuanto nos avisó el paramédico de urgencias. Qué lío, con
ambulancia y todo.
— Juan… ¿y Florencia,
y los chicos?
—Están afuera y también doña Emilia ¿Querés que los
haga entrar?
— ¿Emilia trae un pañuelo azul y crema?
—Sí, ¿cómo sabías?
—Que pase primero. Desde que murió tu mamá, su
añejo cariño ha sido mi sostén. Por mi cobardía, debió esperar sola toda una
vida y así poder reencontrar aquel amor sin culpas.
Carlos Caro
Paraná, 29 de octubre de 2015
Descargar PDF: http://cort.as/YpSf
Un relato cargado de matices, en el que se pueden extraer más de una lectura. Me encanta la sensibilidad y como saltas de un lado a otro usando como ancla el pañuelo azul. Buen trabajo, Carlos m
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