Uso la llave que me
envió mi primo Manuel y al entrar, me sorprende una extraña melancolía
prestada. Aunque compartí con él la niñez y la juventud
ni siquiera recuerdo el rostro de la difunta tía.
Al seguir por el
sombreado comedor hacia el ventanal que cubre un cortinado, me miran rostros
desconocidos desde las fotos en blanco y negro. Catalogo cada orgulloso mueble:
aparador, vitrinas y una mesa señorial donde me apoyo. Huele a comidas
sencillas, sin aderezos, lo justo para alimentar. También me fijo en los óleos
que, con la pátina de años, atavían las paredes. Quizás valgan algún dinero y
conformen a ese pariente que, por lo alejado, casi ya no es.
Al apartar los cortinajes,
me asalta un cuidado y prolijo jardín. Su césped parejo y las plantas podadas
me dicen de una vitalidad insospechada a la que sorprendió la muerte. En
silencio, me dirijo al dormitorio principal, abro la ventana para que se renueve
el aire y me distraigo con el brillo del
sol en el polvo que levanta la brisa.
Encuentro un
escritorio arreglado, una atiborrada biblioteca y una estrecha cama monacal. El
único lujo es un coqueto tocador en el
que prefiero no dejar mi reflejo.
Curioso, reviso con la
vista los anaqueles de la biblioteca y me sorprenden varios de ellos que guardan
los que parecen sus diarios. Desde los pequeños con cierre a llave, que
esconden (cual alhajero) la adolescencia,
hasta aquellos que dudan la edad, forrados en cueros de diferente color y otros,
los últimos, que parecen hallar al fin la paz, con igual tamaño y un tostado sereno. Comienzan con una caligrafía mezquina y el marrón
de la tinta oxidada. Luego, con el bolígrafo, parece liberarse de un lastre y las
letras corren elegantes entre los renglones. Las hojas pasan…, mis pensamientos
corren...
Allí está el tío Felipe,
de chaqué en la iglesia. Entran de la mano a esta casa nueva y su cariño la convierte
en hogar. La cama se hace camera, la pasión sofoca y llega una cuna. Los pechos
amantes ahora alimentan, y las noches se acortan con gritos de hambre. Es ese
ingrato heredero, que mañana hará valuar el contenido para deshacerse de él y
vender la propiedad. Sin embargo, en mi ensueño lo veo en la escuela con
guardapolvo blanco. Aprecio, también, muchos cuidados y toda una vida que le
busca cada progreso. Finalmente, casamiento, despedida y un despreocupado irse lejano.
Acostumbrarse otra vez
a la pareja tranquila, hasta que Felipe no quiso despertar aquella mañana. No
hubo beso, lágrima o caricia que lo entibiara. Entre sus brazos, frío, le dijo
adiós. Sola, sin un reproche, aceptó el olvido del hijo y escondió el anhelo
por los nietos.
Atardece… El cambio
de la luz altera mi quimera. He dejado caer, al leer, la mayoría de los diarios
y en el hueco que quedó encuentro una libreta recostada contra el fondo del
estante. Al abrirla, huelo flores marchitas y sigo su narración de unas
vacaciones que fueron antes de Felipe, antes de todo...
Cada tanto, como
señaladores, adivino una nomeolvides, una rosa o una ajada violeta. Su fantasma
baila en un salón llena de dicha y amor. Sus besos saltan desde las páginas
hacia la boca amante del que la compaña. Las hojas arden de frenesí en aquel
hotel donde todo es arrebato y locura hasta el amanecer. El último. Un adiós,
una lágrima y una costura para la herida
del corazón.
Se apaga su fantasma
en el violeta del cielo y, sin luz, me desespero al buscar todos los diarios,
no quiero que falte ninguno. En la oscuridad del comedor, los arrojo como leña
al hogar y les prendo fuego. Atizo las llamas para que ninguno escape, pues
nadie merece conocer así su vida.
Sin embargo, palpita aún
en mi bolsillo, la libreta íntima y llena
de flores. Será eternamente el secreto y la locura de su pasión.
Carlos Caro
Paraná, 7 de octubre
de 2015
Descargar PDF: http://cort.as/YLn9
Pura poesía, Carlos. Cada frase es de una gran belleza, como "Se apaga su fantasma en el violeta del cielo". Cada día me gustas más. Un beso
ResponderEliminarPerdona el retraso, Ana, realmente estoy muy complicado por otros. Gracias, es un aliento lo que dices. Un beso, Carlos.
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