Durante
años leí cuanto cayó en mis manos, cualquiera fuera el género o el tamaño. Me
atraían los mundos imaginarios, los crímenes, las pasiones y cuanta emoción o
pecado humano existieran. Con el tiempo pensé que quizás se hubieran acumulado
las lecturas y con desparpajo intenté escribir algunas frases. Me sonaron tan
bien que mi mente barruntó una novela (nada menos). Pensé entonces consultarles
a mis dos amigos: Ricardo y Alberto.
Ricardo
me explicó que desesperación…, dolor, angustia y ansiedad, así como felicidad, ensueños
y recuerdos, era lo que sentía al escribir. Sin embargo, un día, porque sí,
como si fuera la última gota que cae, dejó de hacerlo y desde entonces se
pregunta los motivos. Le echó la culpa a su cerebro, pero tuvo que admitir que
éste funcionaba, al menos para hilvanar las ideas y realizar las cuentas. Puso
atención entonces a la imaginación, pero tampoco. Sin esfuerzo, pobló su
entorno de genios, espejismos y hadas. Con asombro, encontró un hueco en donde
antes hallaba la fantasía ¿Qué había sido de ella? Seguramente ese era el
motivo de la anemia de letras. Buscó en la amnesia de su infancia, en los
colores quiméricos del jardín y en los cúmulos que parecían de algodón. Sintió
chasquidos de cristales al quebrarse y gota a gota comenzaron a fluir creaciones
escondidas. Tal fue su fuerza que destrozaron el cristal y corrieron cual
arroyos y luego ríos y luego mares a llenar la poza seca de la utopía. Llegó a la
conclusión que años de lágrimas, frustraciones, angustias y muertes la habían
desfondado y echado a pique sus versos. Sin embargo, estos nuevos frutos,
renovados, la llenaron y, al rebosar, inundaron nuevamente de tinta su olvidada
pluma.
Alberto era un caso aparte: feliz, pendenciero,
revoltoso, permanente enamorado o con frecuencia traicionado. Él surcaba la
poesía con donaire. Hacía gala de sonetos, canciones, otros poemas y, cuando
hacía falta, alguna carta de amor. Se dejaba llevar por versos románticos que esparcía
su corazón, sin retaceos ni alharacas. También se llevaba estupendo con la
naturaleza, quería a las flores, quería a las aves, quería al sol, a las nubes
y a las estrellas y, si encontraba una bella mujer, su inspiración y anhelos no
tenían límites. Cuando estaba de buen humor jugaba con las palabras, rimas y
frases. Disponía, con total desfachatez, puntos, comas y párrafos. Los retorcía,
los mimaba y, si no quedaba otro remedio, los forjaba bajo el martillo de su
genio hasta que rendidos expresaran lo que pretendía.
Referí esta locura de elegante lírica y de poesía “por
encargo” a Ricardo. Le hice ver las ventajas de una vida disipada en un consomé
de letras que ardiera de pasión por la vida. Sin embargo, Ricardo apenas estaba
recuperando su poza vacía y no toda la tinta que mojaba su pluma tenía algún
sentido. Tanto tiempo buscó la solución que hasta olvidó si alguna vez tuvo valor
lo que escribió… Miraba sin creer los ensayos, las novelas y uno que otro libro
de versos con la desconfianza con que un cambista muerde el oro para
asegurarse. Miraba su propia firma al pie sin reconocerla e inquiría entre las
páginas la frase plagiada que le diera la razón.
No eran los mejores ejemplos, de modo que olvidé
sus estilos y, enajenado, definí así las características del mío: quiero
partir, hacerme a la vela y recorrer alfabetos, rimas y versos. Seguir el
vaivén y las olas de la prosa en relatos con fin, pero sin fin. Usar vapores,
botes o veleros según los sinónimos se impongan. Amar, reír, llorar y recordar
lo que no he vivido o apenas vislumbrado. Todo el universo me espera, el de
afuera y el de adentro. Separados por el ventanal, son como siempre lo han
sido, aunque a uno me unen las vivencias y al otro un cordón umbilical que
sustenta mi vida.
Habrá veces en que me interne a la aventura sin
norte ni destino. Otras, reflexivo, buscaré motivos y razones. Será de día al
mirar, tranquilo, pasar los colores. Será de noche cuando las princesas,
titilando, me confundan al hablar al unísono en el firmamento. Si no bastan los
ríos, mares y océanos, volaré.
Volaré hacia lo alto y haré canto los trinos de las
aves y liturgias pomposas los truenos de las nubes al sobrevolar la tierra. No
dejaré verso sin recitar. Hollaré los inframundos; Hades y el demonio me
dejarán pasar, pues sus secretos al hombre revelaré y el espanto los hará
mejores.
Regreso a la idea original y esta noche, en la
playa, vino va vino viene, contaré cómo se escucha el canto de las estrellas, cómo
se perciben las flores o tu caricia sobre mi rostro.
Carlos Caro
Paraná, 15 de febrero de 2016