17/10/15

Puño, dedos y corazón



 Manos. Muchas, infinitas. Hoy mi mente deambula entre ellas con una idea loca y los sones melancólicos de un piano. Las pequeñas, con los  hoyuelos del bebé, las deformes por el reuma del anciano, las blancas y tersas de una niña o las agrestes y encallecidas del labrador. Tantas hay, tantas son.
 Al contrario del rostro, son difíciles de escrutar. Aquél, con una lágrima nos apena y con una sonrisa, desparrama la alegría  por doquier. Sin embargo, son las manos las que realizan, hacen o transforman. Sin alharaca y sumisas, lo dan todo y hasta se sorprenden si son reconocidas.
Vago en un mar de ellas: las de ayer, las de hoy, las de mañana. Eternas. En un remolino mezclo sus memorias y se transforman en sensaciones que evoco…
La mía, que pequeña aprieta fuerte la protectora de mamá antes de cruzar la calle. Esa que con inquina es puño cerrado que me lastima entre burlas a la salida de la escuela. Otra y la misma, que es un anhelado peso sobre el corazón cuando me arropa y me acaricia con un “hasta mañana” al apagar la luz. La de voz grave, que desarregla el pelo de la cabeza y da consejos o que, con sonora palmada reparte escarmiento y con autoridad enseña.
Las propias crecen hacia un entusiasta futuro, muestran las primeras líneas que las surcan, escriben, desarman; buscan curiosas y se entrometen. Pasan hojas para estudiar, aprietan talles y queman lujuria, pero se resignan a la suave caricia. Las roza el trabajo, las líneas se afirman y, con sorpresa, un día se aferran a las tuyas.
 Miman la brillosa madera del piano mientras se conmueven con el consabido “Claro de luna”. Se aquietan, mas quedan presas de la melodía y su nostalgia. Ya no habrá otras distintas pues sucumben felices en tus palmas y nuestros anulares se encadenan. Recorro tu piel en la oscuridad, acallo tus labios que gimen y me entrego, ya sin raciocinio, a la desesperanza de un amor sin par.
Son las mías las que guían tu pezón a esa nueva boca ávida, las tuyas las que lo acunan para soñar, y las nuestras las que lo empujan al porvenir.  
Destino aciago el de las manijas broncíneas que me hieren. Me hieren con el peso amargo e insoportable de los ataúdes que cargo hasta el Panteón. Luto desesperado, locura que te olvida y al fin, cicatrices que esconden. Obligación, deberes y responsabilidad. Notas comerciales, dinero y balances. Mis manos firman, firman y firman nuestro alejamiento y mi desquicio. Ruina, ruina y desolación precisé para volver a ser.
Otra vez el torbellino y otras manos que se unen con las nuestras, con las de mis padres, con las de los tuyos y con las de los hijos. Todas me acarician, reales o imaginarias, cada día con amor. Ha pasado ya una vida entera y aunque marchitas siguen firmemente aferradas. Por eso recordando, a veces, tan sólo a veces, encendemos velas, tomamos vino y tus dedos bailan sobre las teclas al tocar aquellos maravillosos Nocturnos de Chopin.


Carlos Caro

Paraná, 14 de setiembre de 2015

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