15/12/15

Pasión oculta



Uso la llave que me envió mi primo Manuel y al entrar, me sorprende una extraña melancolía prestada. Aunque compartí con él la niñez y la juventud ni siquiera recuerdo el rostro de la difunta tía.

Al seguir por el sombreado comedor hacia el ventanal que cubre un cortinado, me miran rostros desconocidos desde las fotos en blanco y negro. Catalogo cada orgulloso mueble: aparador, vitrinas y una mesa señorial donde me apoyo. Huele a comidas sencillas, sin aderezos, lo justo para alimentar. También me fijo en los óleos que, con la pátina de años, atavían las paredes. Quizás valgan algún dinero y conformen a ese pariente que, por lo alejado, casi ya no es.

Al apartar los cortinajes, me asalta un cuidado y prolijo jardín. Su césped parejo y las plantas podadas me dicen de una vitalidad insospechada a la que sorprendió la muerte. En silencio, me dirijo al dormitorio principal, abro la ventana para que se renueve el aire  y me distraigo con el brillo del sol en el polvo que levanta la brisa.

Encuentro un escritorio arreglado, una atiborrada biblioteca y una estrecha cama monacal. El único lujo es un coqueto tocador  en el que prefiero no dejar mi reflejo.

Curioso, reviso con la vista los anaqueles de la biblioteca y me sorprenden varios de ellos que guardan los que parecen sus diarios. Desde los pequeños con cierre a llave, que esconden (cual alhajero) la adolescencia, hasta aquellos que dudan la edad,  forrados en cueros de diferente color y otros, los últimos, que parecen hallar al fin la paz, con igual tamaño y un tostado sereno. Comienzan con una caligrafía mezquina y el marrón de la tinta oxidada. Luego, con el bolígrafo, parece liberarse de un lastre y las letras corren elegantes entre los renglones. Las hojas pasan…, mis pensamientos corren...
 
Allí está el tío Felipe, de chaqué en la iglesia. Entran de la mano a esta casa nueva y su cariño la convierte en hogar. La cama se hace camera, la pasión sofoca y llega una cuna. Los pechos amantes ahora alimentan, y las noches se acortan con gritos de hambre. Es ese ingrato heredero, que mañana hará valuar el contenido para deshacerse de él y vender la propiedad. Sin embargo, en mi ensueño lo veo en la escuela con guardapolvo blanco. Aprecio, también, muchos cuidados y toda una vida que le busca cada progreso. Finalmente, casamiento, despedida y un despreocupado irse lejano.

Acostumbrarse otra vez a la pareja tranquila, hasta que Felipe no quiso despertar aquella mañana. No hubo beso, lágrima o caricia que lo entibiara. Entre sus brazos, frío, le dijo adiós. Sola, sin un reproche, aceptó el olvido del hijo y escondió el anhelo por los nietos.

Atardece… El cambio de la luz altera mi quimera. He dejado caer, al leer, la mayoría de los diarios y en el hueco que quedó encuentro una libreta recostada contra el fondo del estante. Al abrirla, huelo flores marchitas y sigo su narración de unas vacaciones que fueron antes de Felipe, antes de todo...

Cada tanto, como señaladores, adivino una nomeolvides, una rosa o una ajada violeta. Su fantasma baila en un salón llena de dicha y amor. Sus besos saltan desde las páginas hacia la boca amante del que la compaña. Las hojas arden de frenesí en aquel hotel donde todo es arrebato y locura hasta el amanecer. El último. Un adiós, una  lágrima y una costura para la herida del corazón.

Se apaga su fantasma en el violeta del cielo y, sin luz, me desespero al buscar todos los diarios, no quiero que falte ninguno. En la oscuridad del comedor, los arrojo como leña al hogar y les prendo fuego. Atizo las llamas para que ninguno escape, pues nadie merece conocer así su vida.
Sin embargo, palpita aún en mi bolsillo, la libreta íntima y  llena de flores. Será eternamente el secreto y la locura de su pasión.


Carlos Caro

Paraná, 7 de octubre de 2015

Descargar PDF: http://cort.as/YLn9


2 comentarios:

  1. Pura poesía, Carlos. Cada frase es de una gran belleza, como "Se apaga su fantasma en el violeta del cielo". Cada día me gustas más. Un beso

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    1. Perdona el retraso, Ana, realmente estoy muy complicado por otros. Gracias, es un aliento lo que dices. Un beso, Carlos.

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