12/10/15

Malevo



Afilo…, afilo el cuchillo contra la vieja horma que sujeta el esmeril. Acostumbrado a esta penitente tarea, lo acaricio con un poco de agua para que corra mejor y me pierdo en ese roce del metal. Entonces, sueño otra época, otra pelea y otro amor.

La hoja de lomo ancho “Arbolito”, forjada en Solingen, mide solo 20 centímetros. No hacen falta más para matar y desangrar. Le doy filo a un lado, también al otro, con cuidado y  mimándolo con el sobar de la piedra. Bárbaro, tintinea alegre a cada pasada y muestra orgulloso su brillo letal.

Lo termino de asentar en la misma lonja de cuero que uso para la navaja de afeitar y lo guardo en su funda. Ésta es de suave cabritilla, apenas engrasada por dentro, pues de esa manera prevengo que cualquier resto de sangre lo oxide luego de cada riña. Extraña por su forma, paso el brazo a través de ella y dejo el cabo, sencillo y sin muescas, bajo el sobaco. La muerte no es cosa que quiera mostrar o contar y si me he condenado, ha sido defendiendo mi prestigio, mi propiedad o mis amores.

Termino de vestirme abrochándome la chaqueta oscura, disimulo el arma con el pañuelo blanco que sobresale del pequeño bolsillo al lado de la solapa y, al salir, cierro esperanzado la puerta. Camino lento…, silbando apenas, para disfrutar de esas rachas de viento que traen los mismos perfumes de tu cuello.

Hoy no quiero entongarme en la milonga arrabalera, prefiero ver el lujo en las polleras y el candor en las miradas. Llego tarde al salón de baile, me acodo en la barra y me emborracho con ese vino áspero de la soledad. Estás distraída en alguna mesa charlando con amigas. Sin embargo, no dudás de que mi sutil cabeceo sea una invitación y aceptás con un parpadeo de mariposa.

 Siento que las arañas de caireles nos iluminan turbando la luz de las bombillas, mientras nos abrazamos en un tango que trata desesperadamente de decirte lo que no digo. Cortes y quebradas recorren ese parqué encerado con la memoria de mil pasos que el bandoneón dirige rotundo. Con la derecha nos frasea los firuletes y con la izquierda mantiene rumboso la melodía. Mi mano en tu espalda te lleva, me presentís, te volvés arcilla y, chiflados, dejamos de pensar en dos. Somos uno y queremos esta locura para la vida entera.

Aturdidos, nos sentamos en una mesa y mudos, como cada vez, nos adoramos. Bebo tu belleza en un silencio que maldigo, odio la lengua vergonzosa que no te entrega mi amor y me exaspera la hombría que, equivocada, encarcela el corazón.

 A veces, algún tirifilo se te acerca y basta un gesto adusto para alejarlo. Otras, se retira, pálido, cuando mi mano bajo la chaqueta empuña y otras... A esas no las quiero recordar. Esas son las bravas, cuando un malandra te disputa y arde el desafío en sus ojos de varón. En ese momento, sin aspavientos, nos dirigimos a la calleja, pues no es de hombres hacer propaganda de un conflicto y, sin testigos, relucen los aceros.

Cuando vuelvo, si vuelvo, la muerte está en mi rostro y la sangre en mis manos. El asco me sofoca, el pecado estalla y aunque nos desahoguemos de pasión en el bulín, ya no hay remedio.

Una y otra vez te pierdo al alba, como a todas, sin siquiera recordar sus nombres. Solo, harto de guapear, no me resigno a este triste destino y por eso afilo, afilo y afilo… Mientras espero ese tajo que, en el pecho vacío, me despene al fin.


Carlos Caro

Paraná, 29 de setiembre de 2015

Descargar PDF: http://cort.as/YLmS


1 comentario: