15/1/16

Día feriado



Las risas se desvanecen…, en un susurro y, sin ganas, abro los ojos en la oscuridad. Siento la exigencia de mi cuerpo, pero adormilado me arrebujo, hago oídos sordos y trato de recuperar ese sueño de alegrías antes que se escurra al olvido. La lucha es formidable; vueltas y revueltas, porfío con denuedo, pero en derrota me apuro al baño, esclavo de mi vejiga.

 Regreso con frío, enciendo el calefactor y, resignado, pierdo esa hora de descanso que en realidad mis años ya no necesitan. Mientras espero que el dueño del tiempo, con su tictac, anuncie vocinglero el despertar, la siento, ubicua y ambivalente, a mi alrededor.

Es esta nueva primavera que tras el cortinado aguarda y atiborra la imaginación con sensaciones. El mundo vegetal, después del invierno, se apura en un frenesí descontrolado. Una calandria loca canta confundida y llena de amor. Desconcertada y triste, calla cuando se oye, a lo lejos, un gallo que le cuestiona al sol el amanecer.

Suena el artilugio, se marcha mi dueña y, melancólico, busco en las sábanas su ya ida tibieza. Poco dura la tranquilidad, pues machacan mi cerebro desacompasados martillazos, sierras que zumbando cortan maderas y cacofónicos gritos de órdenes y respuestas.

No tiene límites su maldad. Cada día espero que se hunda en  el abismo infernal o al menos que detenga su crecimiento. El edificio que se construye, poco a poco amputa una parte de la vista del río y de mi memoria. Entiendo que es el progreso el que empuña la escoba que barre conmigo, pero me resisto, recuerdo y, así, la ciudad se aplaca. Tranquila, baja hacia el río que llena medio horizonte, y su corriente chispea al reflejar el sol. Renacen las colinas verdes, llenas de achaparrados árboles y salvajes hierbas que no han sido holladas por el hombre…

¡Tuuu; tuu, tuu, tuu! Me sobresalta la bocina del automóvil cuando papá me apura. Me visto con el traje de baño, una remera y zapatillas. Corro al encuentro de su cara que finge enojo, a la de la sonrisa de mamá y a la de los ojos asombrados sobre el chupete de mi hermano.
Hoy daremos un paseo bajo el violeta de los jacarandás del parque, al lado de la costanera. Todas son risas y charlas mientras  caminamos sobre el pasto y apaciguamos el hambre adelantada de ese molesto bebé con una providencial mamadera. No obstante, el gruñir de los estómagos recibe con saltos, gritos y aplausos felices el regreso de papá con provisiones desde el restorán del club.

 Luego sigue una obligada y somnolienta siesta general. Inquieto, no duermo, me aburro e hipnotizado, bailo con la gran boya naranja que indica el canal. A veces, la fuerza del agua la sorprende, la inclina y, balanceándose hace sonar, cadenciosa, su delicada campana.

¿Campana…? ¡Son las campanadas del Ángelus!, me digo asombrado al advertir la hora. Abro las cortinas y río, río con el sol del mediodía. Es feriado por el patrono de la ciudad, mi dama duerme remolona y hasta el maligno edificio descansa. Satanás, aunque caído, lo respeta. Y hoy no ha podido hacerlo crecer ni siquiera un maldito milímetro más.


Carlos Caro

Paraná, 9 de octubre de 2015

Descargar PDF: http://cort.as/YP6d

2 comentarios:

  1. Qué decirte, Carlos, un relato precioso. Me encanta cómo te recreas en los ruidos de la mañana, el canto de la calandria, el edificio en construcción, la bocina del coche; las expectativas de un día feriado. Un beso, Carlos, y mi enhorabuena

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    1. Lo lees perfecto Ana, gracias. Un beso, Carlos.

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